Sobre el valor y la trascendencia del sistema Braille se ha escrito y discursado suficientemente en nuestro país. Desde diversos espacios e instancias. Desde los más oficiales hasta los más personales o experienciales. Sin embargo, el desafío ya no es ni puede seguir siendo filosófico, sino logístico: la implementación de una infraestructura nacional de producción Braille. Esta infraestructura es indispensable no solo para saldar una deuda educativa con los estudiantes, sino para posicionar el acceso a la lectura de personas ciegas en el estándar que exige el siglo XXI.
El camino hacia el empleo calificado y la autonomía profesional se construye sobre una alfabetización sólida. El sistema Braille no es una opción, es la herramienta estructural que garantiza esa alfabetización. Al proveerla, el Estado peruano posibilitaría que una población talentosa y resiliente contribuya plenamente a la economía del conocimiento.
Este potencial solo se puede activar con medidas concretas y tangibles, superando el modelo de normas declarativas o soluciones paliativas. Es indispensable iniciar la transición de los esfuerzos aislados a una provisión centralizada, continua y estandarizada de material de lectura y escritura.
La inversión en esta infraestructura es la condición fundamental para el acceso al empleo y la productividad. Es la decisión más asertiva para construir un país realmente inclusivo. Es hora de dejar de administrar el potencial perdido para comenzar a invertir coherentemente en el mayor activo nacional, su gente.

